Cuando a finales de 1973 Willie Colón toma la decisión de disolver su
banda, su cantante Héctor Lavoe se vio de repente en una encrucijada.
Por más apoyo que tuviese de Fania Records (Johnny Pacheco vio allí la
oportunidad perfecta para lanzarlo como solista, tal y como había hecho
meses atrás con Ismael Miranda), por más apoyo que tuviese de la misma
orquesta, que decidió permanecer unida alrededor del cantante; por más
apoyo que le ofreciese Willie en la tarea de producir nuevas
composiciones, Héctor de repente se dio cuenta de que tenía ante sí un
reto bien complicado.
No se reseña en ninguna parte que él haya dudado ante ese cambio en el destino. Pacheco estaba más que dispuesto en apoyarlo, y Jerry Masucci transitaba aún esa etapa en la que parecía confundirse con un Rey Midas. Lavoe nunca fue de esa clase de hombre que se amilana ante los retos; tenía un ego bien administrado. Pero no es lo mismo ser el cantante de una orquesta, y que sea otro el que se trague las negociaciones y las faltas y las pagas y los ensayos, a pasar a ser cantante de la orquesta... y también el responsable. Lavoe, sin embargo, tuvo suerte. El grupo de músicos que Willie Colón había forjado era muy homogéneo, consolidado, contaba con varios discos a sus espaldas y centenares de toques. Y la buena recepción que había tenido Héctor en los últimos conciertos efectuados por Fania All Stars en Estados Unidos y Puerto Rico facilitaría la tarea de promocionarlo como cantante. Poseía un gran arraigo entre la gente por la forma como enfrentaba el montuno. Porque Héctor -ahí viene un lugar común- fue uno de los pocos cantantes de su generación capaces de transpirar la cotidianidad del barrio en cada uno de sus soneos; representó como pocos a ese gueto latino que trataba de no ahogarse en la ciudad de Nueva York. Ese gueto que, por extensión, terminó siendo muy similar a los barrios marginales de cualquier ciudad grande del Caribe.
No se reseña en ninguna parte que él haya dudado ante ese cambio en el destino. Pacheco estaba más que dispuesto en apoyarlo, y Jerry Masucci transitaba aún esa etapa en la que parecía confundirse con un Rey Midas. Lavoe nunca fue de esa clase de hombre que se amilana ante los retos; tenía un ego bien administrado. Pero no es lo mismo ser el cantante de una orquesta, y que sea otro el que se trague las negociaciones y las faltas y las pagas y los ensayos, a pasar a ser cantante de la orquesta... y también el responsable. Lavoe, sin embargo, tuvo suerte. El grupo de músicos que Willie Colón había forjado era muy homogéneo, consolidado, contaba con varios discos a sus espaldas y centenares de toques. Y la buena recepción que había tenido Héctor en los últimos conciertos efectuados por Fania All Stars en Estados Unidos y Puerto Rico facilitaría la tarea de promocionarlo como cantante. Poseía un gran arraigo entre la gente por la forma como enfrentaba el montuno. Porque Héctor -ahí viene un lugar común- fue uno de los pocos cantantes de su generación capaces de transpirar la cotidianidad del barrio en cada uno de sus soneos; representó como pocos a ese gueto latino que trataba de no ahogarse en la ciudad de Nueva York. Ese gueto que, por extensión, terminó siendo muy similar a los barrios marginales de cualquier ciudad grande del Caribe.
Héctor Lavoe era un jíbaro, venido de Puerto Rico que
nunca se preocupó por hablar bien inglés. Desde finales de los años 60
había estado coqueteando con ese terrible flagelo de la heroína
-importada por los veteranos de Vietnam- y, debido justamente a ella y
los desórdenes que producía, tenía fama de poco cumplidor: casi siempre
llegaba tarde a los conciertos, aunque luego fuera capaz de estar
cantando en uno y otro afterhours hasta las 10 de la mañana. Héctor era
la representación del varón de barrio y por eso su fama comenzó a crecer
como la espuma. Una vez roto el matrimonio con Willie, era necesario
hacer un disco que le sirviese de presentación oficial como nuevo
showman de la expresión. En Fania decidieron que había que sacarlo antes
de que terminase 1974. Para Lavoe fue, además, la oportunidad perfecta
para demostrarse a sí mismo, y a su familia, que era capaz de ser una
persona de éxito.
Con Willie Colón como productor, más relajado por no tener que cargar con una banda a cuestas, la realización de La Voz,
que finalmente fue publicado en el 75, reunió los mejores ingredientes.
La banda que participó en las sesiones de grabación estaba compuesta
por el legendario Tom Malone y el brasileño José Rodrigues en los
trombones, Milton Cardona en las congas, José Mangual Jr. en los bongós,
Eddie guagua Rivera
en el bajo y Nicky Marrero en los timbales. Héctor decidió añadirle dos trompetas (como homenaje al
sonido de Arsenio Rodríguez y al que Eddie Palmieri se había abrazado
seis años antes), y para eso llamó a Ray Maldonado y a Héctor bomberito Zarzuela.
Para su primer disco, decidió también que estuviese en el piano
ese trágico portento llamado Mark Diamond,
que había tocado en el segundo y tercer discos de Willie y pudo haber
llegado a codearse con Eddie Palmieri, sino fuese porque sucumbió a las
malas mañas de las drogas y desapareció del mundo musical neoyorkino en
1976 para nunca más volver. Lastimosamente. En los coros están Rubén
Blades, Willie García, además del propio Willie y el propio
Héctor. El disco fue grabado en vivo -a la vieja usanza- en los Good
Vibrations Sound Studios de Broadway, aunque dichos coros fueron
añadidos posteriormente. Jon Fausty estuvo en la consola.
La selección de temas es muy interesante. Si los seguidores de Lavoe
esperaban irreverencia a secas, se sorprendieron por la cantidad de
temas de corte amoroso: tres boleros (uno de ellos, Tus ojos, que es
estupendo) y una guaracha; más dos canciones de corte religioso, una
dedicada a su isla querida Borinquen y otra a sus seguidores. Un álbum
redondo que alcanzó el disco de Oro a las pocas semanas y que le
permitió ser reconocido como el mejor cantante de salsa en Nueva York
ese año.
El disco empieza con El Todopoderoso,
un guanguancó que cuenta con unos singulares arreglos gregorianos -sí,
gregorianos- en los metales y una canción que raya en la salsa
evangélica, pero se salva de la picota gracias al rápido montuno de
Héctor y a esas trompetas bien arregladas por Colón que le dan una
armonía pegajosa al tema, muy apta para el baile. Emborrachame de Amor es
ese canto amoroso necesario que tanto le gustaba afrontar (era fanático
de la voz de Vicentico Valdés y Santos Colón), con un arreglo tal vez
un poco preciosista, pero que no desentona con el resto de la
grabación. Paraíso de Dulzura,
un mambo compuesto por el propio Lavoe, es un saludo a su tierra, una
prueba más de que su exilio a la gran ciudad no fue más que por las
ganas que tenía de alcanzar la fama (de hecho, nunca llegó a sentirse
neoyorkino). Y a continuación Un Amor de la Calle, bolero desplante como pocos y que Héctor canta con mucha solvencia y madurez. Y eso que aún no había cumplido los 30 años.
El siguiente tema es un son montuno con muchísima fama: Rompe Saraguey,
un cover del éxito de los años cincuenta compuesto e interpretado por
Félix Chappottín. Canción santera como la que más, incluye un
extraordinario solo de Dimond que dura más de dos minutos; un solo de
piano casi sin parangón. Tanto así que es uno de los pocos solos
salseros capaces de ser recordado por cualquier bailador, quien lo
tararea y se lo vacila como si fuese parte de la letra, parte del
montuno, parte de la voz. En ella, el soneo de Lavoe alcanza cotas nunca
vistas en ninguna de sus grabaciones posteriores. El arreglo de José
Febles hace el resto, y un corto pero contundente solo de trompeta de bomberito se
encarga del resto. Solamente por esta canción vale la pena ubicar a
este disco entre los mejores de toda la expresión salsera de todos los tiempos.
Mucho
Amor es una bomba con pinceladas de guaracha que puede pasar sin pena
ni gloria, y Tus Ojos es un bolero muy bueno, lento, casi pesado,
traído del enorme arsenal musical cubano. Y cierra el álbum una canción
que con el paso del tiempo se convertiría en una de las signatures de Héctor: Mi Gente,
una festiva guaracha compuesta especialmente para él por Pacheco, ideal
para su lanzamiento como solista, y que vio por primera vez la luz en
ese legendario concierto de la Fania All Stars en el Coliseo Roberto
Clemente de Puerto Rico, en 1973, y posteriormente en las presentaciones
que realizaron en Africa. Había que grabarla en estudio, sumarle un
estupendo solo de trompeta de Maldonado, coros festivos y esos giros en
el soneo que la convertirían en un clásico inmediato
Oigan, mi gente
Lo más grande de este mundo
Siempre me hacen sentir
un orgullo profundo.
Los llamé
no me preguntaron dónde
Orgullo tengo de ustedes
Mi gente siempre responde
Vinieron todos
para oírme guarachar
Pero como soy de ustedes
Yo los invitaré a cantar
Conmigo sí van a bailar
Que cante mi gente
Otro motivo más para subir este álbum a los altares de la salsa.
El disco fue un exitazo rotundo, un clásico automático. Está considerada por muchos la mejor producción de Lavoe, porque transpira la esencia real del cantor ponceño. En ella se puede escuchar a Héctor en plenas facultades, cuando los excesos de su vida aún no le habían pasado factura. Fue, además, la mejor demostración de que él había surgido, de que una persona del arrabal de Puerto Rico, como él, podía llegar a las alturas de la fama y tener la portada de un disco para él solo.
El disco fue un exitazo rotundo, un clásico automático. Está considerada por muchos la mejor producción de Lavoe, porque transpira la esencia real del cantor ponceño. En ella se puede escuchar a Héctor en plenas facultades, cuando los excesos de su vida aún no le habían pasado factura. Fue, además, la mejor demostración de que él había surgido, de que una persona del arrabal de Puerto Rico, como él, podía llegar a las alturas de la fama y tener la portada de un disco para él solo.
Si ya con Colón Héctor
había alcanzado un considerable reconocimiento, con esta producción
Disco de oro y millonaria en ventas comenzaría a gestarse el mito del Cantante de los Cantantes Hector "La Voz".