El Alma Dance Studio estaba ubicado en el número 1692 de la avenida Broadway, en pleno corazón de Manhattan, a tan sólo 200m. del Radio City Music Hall, y a 300m. del Carnegie Hall. El Alma Dance Studio era un inmenso local de dos plantas, cuyo segundo piso tenía cuatro salones con cuarenta mesas en cada uno, ciento veinticinco asientos, dos baños y una barra de bar de 20x5m., según estaba estipulado en el contrato de compraventa del 3 de junio de 1944. En esa fecha el Alma Dance Studio dejó de ser un taxi dance hall , donde se vendían tickets de diez centavos la entrada para poder bailar, y se convirtió en uno de los tantos salones de baile del sector clausurados por denuncias de prostitución.
Tres años pasaron llenándolo de polvo y de telarañas, antes de que Louis Levine, Sylvia Cole y Maxwell Hyman Siegel recibieran la aprobación de la licencia de funcionamiento para convertirlo en la academia Palladium Ballroom Inc. Sin embargo, en aquel mes de abril de 1947 era muy poco lo que podía hacer un sitio como ése para sobrevivir en medio de la fama de sus vecinos, a menos que dependiera de éstos o que se dedicara a otras actividades. Los locales de la Calle 52 entre Sexta y Séptima Avenida y los de Harlem tenían un público asegurado para el jazz, mientras que el China Doll, el Roseland y el Arcadia acaparaban las noches latinas con una competencia que cada día se daba más por vencida, de modo que pocas personas habrían apostado por el éxito de un local llamado a desaparecer para siempre. Pero Maxwell Hyman, un veterano sastre de prendas militares durante la guerra y fabricante de vestuarios para musicales, no estaba dispuesto a dejar que eso sucediera. Hyman adoraba la música, añoraba los viejos tiempos y le encantaba ver bailar. Así que vendería cara la piel antes de rendirse ante la evidencia del fracaso comercial. Por esa razón contrató a un hombre llamado Tommy Morton para que administrara su negocio y atrajera todos los clientes que pudiera.
Para Morton no era tampoco una tarea fácil y, además, tampoco tenía suerte. El mismo día en que fue contratado, cuatro hombres se acercaron a la taquilla, lo encañonaron, le pidieron el dinero de las entradas y le golpearon en la cabeza tras llevarse el botín. Aun así, no claudicó en su empeño de construir un gran proyecto, pues contaba con un as bajo la manga: su amistad con la mayoría de los promotores de bandas de la ciudad, entre ellos el ex director puertorriqueño del Conjunto Ritmo y los Happy Boys, Federico Pagani, el mismo que en diciembre de 1940 sirviera de partenaire en el Park Plaza Hotel para el debut de los Afrocubans de Machito. Morton le contó a Pagani todo sobre el asunto, pero éste se mostró escéptico.
"Mira, la gente ya no baila foxtrot. Ni siquiera el viejo swing. A la gente le gusto el be-bop y sobre todo los ritmos cubanos. Pero lo más importante es saber promocionar los conciertos latinos. Sin eso, no tendrás nada." Pagani le contó a su interlocutor cómo habían sido los días de baile desenfrenado en la 110 y le dio varios argumentos para reafirmar su teoría sobre los beneficios de la música afrocubana. Pagani insistió hasta que Morton estuvo de acuerdo en plantearle su forma de renovar el negocio al viejo Hyman.
La propuesta no resultó tan descabellada. Hyman ya había pensado en algo similar y la idea de Pagani y Morton de organizar noches latinas bien promocionadas encajaba con la suya de contratar a dos orquestas que tocaran sin interrupción por las noches, en lo que él llamaba two top name . Únicamente existía un problema. El público llegaría, se emborracharía y lo destruiría todo. Además, hacer controles a la entrada siempre se consideró una treta elitista pagada con cristales rotos.
A sugerencia de Pagani, los tres consultaron a varias personas vinculadas con el ambiente latino como Mario Bauzá. Al dirigir la banda afrocubana más respetada de la ciudad, Bauzá tenía mucho que aportar y, si las condiciones eran favorables, hasta tocar en el Palladium.
"¿Qué crees que debemos hacer?" le preguntó Morton a Bauzá. "Definir tu público" le contestó. "Pero, ¿qué público?" "Qué piensas sobre la gente negra en tu club?" "Pues mira, a mí el único color que me interesa es el verde." "Entonces, está claro" terció Pagani. "Hagamos una matinée bailable los domingos. Por ejemplo, de dos de la tarde a nueve de la noche. Le ponemos un nombre distinto al del local y empezamos a hacerle promoción."
Así se empezó a gestar la idea, con un Morton y un Pagani repartiendo octavillas de publicidad del Palladium en las estaciones de metro y en las paradas a autobús, y con un Machito y un Bauzá dedicados a ensayar un nuevo repertorio. Así, hasta la fecha del estreno en sociedad, a finales de 1947, cuando en la puerta del salón cientos de personas se agolparon de tal forma que taponaron la calle. La policía tuvo que acudir para poner orden en la entrada y Morton debió justificar con certificados la legalidad del local y del evento. Solucionado el inconveniente, se inauguró oficialmente un club que recibió el nombre del exitoso tema compuesto por Chano Pozo, Blen Blen Club. Y a pesar del escepticismo e Hyman, de los temores de Morton y de las previsiones de Pagani, los Afrocubans de Machito, acompañados por las orquestas alternantes, la de Noro Morales, la de José Curbelo, la de Marcelino Guerra y la del merenguero dominicano Joseíto Mateo, provocaron un entusiasmo sin precedentes en el renovado lugar y marcaron definitivamente el futuro del Palladium Ballroom.
A mediados de 1948 el Palladium no daba abasto para tanto público y el Blen Blen Club se extendió en un primer momento a las noches de los miércoles y más tarde a los fines de semana. A comienzos de 1949, el Palladium ya era el sitio más popular entre la colonia hispana de Nueva York. Su pista de baile tenía capacidad para albergar mil parejas a la vez, mientras las orquestas tocaban. Cada persona pagaba una entrada que costaba 1,25 dólares, y tan sólo 0,75 si llegaban antes de las diez de la noche.
Con ese dinero se podían ver en directo a dos orquestas en un mano a mano, exhibiciones de baile y concursos.
Nadie que asistiera al Palladium podía pensar en otra cosa que en bailar; en solitario, en pareja o en grupo, pero, ante todo bailar. A pesar de eso, lo llamativo del sitio era la no exclusividad de las parejas. Si alguien veía a otra persona bailando con su estilo, iba y bailaba con ella. Todos se rotaban si así lo merecía la música. Además, los pasos que llegaban a llamar la atención en la pista se convertían en los obligados de las academias de danza de Estados Unidos.
El local se abría los viernes, los sábados, los domingos y los miércoles. Los viernes lo llenaban los latinos, los sábados una mezcla multirracial de habitantes de Nueva York, los domingos iba toda la comunidad negra y los miércoles se daba cita la jet set de la ciudad. Allí solía encontrarse personajes entusiastas de la música afrocubana, como el actor de teatro y percusionista aficionado Marlon Brando; la starlett rubia de la RKO, Kim Novak; el crooner y comediante, Sammy Davis Jr.; la multifacética y elegantísima cantante Lena Horne; y hasta el flamante campeón de los pesos pesados, Ezzard Charles.
La idea de Bauzá, la inversión de Hyman y los dolores de cabeza de Pagani y Morton habían encontrado el éxito, pero nada de ello habría funcionado sin la permanencia de las buenas orquestas, por lo que en diciembre de 1949 los Afrocubans anunciaron una gira que dejaba huérfana, esta vez durante un período largo, su tarima en el Palladium. En todos esos años, varias orquestas habían alternado con los Afrocubans y algunas, incluso, se habían quedado bastante tiempo cuando el grupo de Machito tuvo que alternar su trabajo allí con el del Royal Roost y con el Birdland. Aun así era evidente que el sonido de Machito y Bauzá resultaba inigualable y se echaría mucho de menos.
Pagani pensó entonces que quizá la solución a la ausencia de los Afrocubans la podían dar los grupos jóvenes, que por esa misma razón estaban llenos de entusiasmo. Recordó que a mediados de 1948, de la orquesta de Pupi Campo se había desprendido una nueva y poderosa banda a la que él mismo había ayudado a poner nombre. Se llamaba Picadilly Boys y la dirigía el antiguo timbalero de Campo y de Curbelo, un chico con experiencia en las bandas de Machito, de Noro y de Bauzá, y cuyo nombre artístico ya estaba en boca de todos por sus continuos éxitos: Tito Puente. El chico, incluso, ya conocía el Palladium por haber actuado allí en alguna ocasión y si a eso se sumaba una inocultable auto confianza, Puente era el hombre indicado.
Y el debut de los Picadilly Boys fue, por supuesto, en el Palladium una tarde de domingo. Puente y sus compañeros se destacaron enseguida, pues el timbalero le imprimía a cada tema una fórmula tan sencilla como eficaz: comienzo en forma de montuno, con una percusión bastante fuerte, y enseguida, juego de riffs entre los metales. Así hasta sus solos, y después de éstos, más de lo mismo. Al escuchar eso, un bailarín, literalmente, no podía quedarse sentado. Sin embargo, Puente no duró mucho en el salón de baile de Hyman. En marzo de 1949 dejó a Campo y al Palladium, y se fue con seis músicos a tocar al club El Patio en Nueva Jersey durante todo el verano. Allá estaba todavía cuando Pagani se acordó de él.
La orquesta de Tito Puente, como fue conocida a partir de entonces, fue la que más atractivo despertó entre los asistentes al Palladium, por encima, incluso, de las ya consagradas de Pupi Campo y Noro Morales.
El timbalero se impuso gracias a su fórmula simple basada en una especie de swing latino y se convirtió en el rey del salón de baile, pero por un período muy breve, pues a finales de julio, la SLA, entidad reguladora que
controlaba el expendio de licor y los escándalos públicos, le volvió a quitar la licencia al club de baile.
Según la denuncia de Frank Mangrella y Michael Catalano, Tommy Morton había tenido palabras injuriosas para con ellos e intentos de sabotaje en los clubes que éstos regentaban. La SLA retrasó el levantamiento de la sanción hasta el 18 de enero de 1950, pero, para evitar represalias, Hyman y sus socios optaron por mantener cerrado el local, hacer reformas en su interior y abrirlo al público el 17 de marzo de 1950. Fichado Tito Puente, la reapertura fue con su banda y la del bajista Julio Andino esa misma noche de viernes. Así transcurrieron seis meses, otra vez Puente en el pináculo del lugar. Pero a mediados de septiembre, Tommy Morton, embebido con el éxito de un negocio que consideraba suyo y en el que intentaba comprar acciones, le propuso a los dueños que el club bien podía dejar de llamarse Palladium Ballroom para ser Morton Ballroom. El empresario estaba convencido de su vital importancia como regente del local y de la fama de su nombre. Hyman pensaba una cosa bien distinta y a partir de ese momento, Morton dejó de ser el hombre fuerte del Palladium y el veterano sastre asumió las riendas del negocio.
De entrada, a Max Hyman no le agradaron las cosas que veía en el escenario y decidió hacer cambios. Tito Puente era muy bueno, sin duda, pero las noches eran largas y las pocas bandas de la ciudad que podían estar a su altura para entablar duelos sin interrupción, siempre andaban de gira. Por eso se le ocurrió contratar a una orquesta juvenil, que pudiera atraer a un público joven y al mismo tiempo alternar con Puente de manera continua. Se le ocurrió que par tal efecto el hombre más indicado era el ya muy popular Tito Rodríguez.
En enero de 1951 se organizó un baile especial para presentar a las dos nuevas orquestas que habían sido contratadas para amenizar alternativamente las siguientes noches del Palladium. Frente a un público ansioso y frenético se anunció el primero de los duelos musicales entre Tito Puente y Tito Rodríguez bajo el nombre de Two Tito,s top in mambo.
Los debate musicales del Palladium entre las dos orquestas muy pronto se volvieron míticos. Puente desplegaba todo su talento como timbalero para improvisar en piezas de su evidente swing latino, mientras que Rodríguez respondía a los ataques con versos satíricos en tiempo de mambo que despertaban hilaridad entre el público. Nadie ganaba, nadie perdía. Puente descargaba en su lenguaje de tambor toda su vitalidad tras un coro que decía "Nana, saguero y bubla, raña de lubi ka... Ran kan kan, kan kan." Rodríguez respondía, en su tono vocal jocoso y llamativo, "Déjate de tanto alarde y vive la realidad, que por mucho que tú trates el mundo no cambiará... De sabio no tienes na." Y allí no terminaban. Puente, a través de su cantante Vicentico Valdés, soltaba todas las estrofas de la guaracha Tú no eres nadie, en tanto que Rodríguez llegó a componerle un tema a su rival: "A mi no me importas tú ni diez miles como tú, yo sigo siempre en el goce, el del ritmo no eras tú."
Este tipo de planteamientos en los duelos conformaron una especie de El Dorado musical en pleno corazón de Manhattan. Pero para diarios como el Daily News , el principal atractivo del Palladium no estaba en las dos orquestas, sino en el público. El periódico neoyorquino escribió el 6 de mayo de 1951 que en el salón había escenas de película: "La locura de esta selva es rampante en Broadway, es salvaje, es sexy... es mambo. Pero la locura se expande a otros salones y a los bailarines no hay como decirles que no paren." Y en dos años la situación no cambió. En diciembre de 1953, la revista Ebony anotaba que "Los bailarines del Palladium son más incontrolables que en el norte de La Habana... El más salvaje salón de baile de Nueva York hoy es el salón de baile del Palladium. Y el secreto del éxito del Palladium es el mambo."
Hasta ese momento Tito Puente no era llamado rey de la música, sólo de su instrumento, los timbales, aunque los bailarines del Palladium sí lo consideraban como tal. Él amenizaba los comienzos de las noches de los miércoles, cuando la programación del club se dedicaba sólo al baile. Desde las ocho, el instructor de danza Joe Piro, apodado Killer Joe, daba clases de mambo a los asistentes habituales. A las once empezaba un concurso para aficionados con premios que variaban su cuantía de acuerdo al número de inscripciones. Hacia la medianoche empezaba el show de los bailarines profesionales, que era cuando entraba en escena la orquesta de Tito Rodríguez para entablar su particular duelo con Puente.
Cada uno de esos profesionales tenía un estilo particular. Killer Joe, que siempre abría el espectáculo, parecía deslizarse sobre la pista. Joe Lusting ajustaba su pierna derecha a la parte posterior de la izquierda y saltaba rítmicamente, Cuban Pete era muy rápido, al igual que Ernie Ensley y Cookie Ralph Lew, quienes dejaban todo el esfuerzo en las rodillas, mientras que Louie Máquina era bastante más clásico y pausado. Las mujeres no se quedaban atrás. Millie Donay y Carmen Cruz se movían con mucha fluidez, casi levitando sobre el salón. Dottie Adams y Marilyn Winters, más voluptuosas y atractivas, desataban la libido de los asistentes con sus movimientos enérgicos de hombros.
Pero quienes recibían los mayores aplausos eran las parejas de baile. El primer grupo que surgió en la escena del Palladium fue el conformado por Joe Centeno y el puertorriqueño Aníbal Vázquez. Se hacían llamar los Mambos Aces y solían viajar con las orquestas cuando éstas realizaban giras por el país. La coordinación de Byron y Tybee y de Mike y Elita Terrace era muy aplaudida, en especial cuando empezaban a acercarse uno a otro con pasos muy rápidos y simulando un combate de boxeo, para luego alejarse. En aquel paso de baile, que caracterizó al Palladium, la pareja de Augie y Margo fue la mejor, llegando incluso a que se ubicaran sus nombres en el letrero de la entrada al lugar. Ese cartel de la entrada le causó uno de los peores dolores de cabeza a Hyman una noche en que Puente llegó al club y vio que el nombre de Tito Rodríguez estaba primero que el suyo. De inmediato pidió que lo cambiaran y efectivamente se cambió. Más tarde apareció Rodríguez, quien, al ver que el nombre de Tito Puente estaba antes, le dijo al utilero lo mismo, lo que éste hizo sin rechistar. Volvió a aparecer Puente y estalló la cólera, hasta que por tercera vez se cambió el orden de presentación.
Al enterarse Hyman de lo sucedido, buscó a Puente y lo encontró tan enfadado que no le dijo nada. Rodríguez no andaba por allí, de modo que optó por poner los dos nombres en una misma línea, pero con Tito Rodríguez a la izquierda y Tito Puente a la derecha, lo cual significaba que este último recibiría el top billing lugar de honor, de acuerdo al protocolo del mundo del espectáculo. De esa forma, la noche la abrió Rodríguez, quien se sintió como un telonero. Por eso, al terminar su set , obvió la cortesía habitual y no mencionó a la banda que seguiría a continuación. Cuando le tocó el turno a Puente, tampoco anunció a su rival. Nunca lo harían a partir de entonces.
Este combate en el que los bailadores eran los únicos beneficiados, se extendió al programa radiofónico que el disc jockey Dick Ricardo Sugar transmitía desde el Palladium. Sugar emitía los diferentes concursos que se realizaban allí. Los de baile y los de espectáculos alternos como comida de pasteles en menos tiempo, desfile de las mejores piernas y hasta exhibición de los mejores pechos por encima del vestido. Tito Rodríguez era una de los jurados habituales, aunque también Tito Puente dejaba ver de vez en cuando su opinión. En el programa, Puente se refería a su colega como "El hombre bonito de la maraca", en tanto que Rodríguez hablaba de su rival como "El señor de las persianas", en clara alusión al vibráfono de Puente. La audiencia aumentó para el programa en la medida en que estos desplantes verbales estuvieron en boca de ambos. Sin embargo, los dos negaron abiertamente cualquier rivalidad.
Tito Puente y Tito Rodríguez fueron amos y señores del Palladium y muy pocas eran las demás orquestas, fueran de jazz o de música latina, que osaron disputar esa especie de dictadura musical. Ni siquiera Machito, quien prefirió seguir con sus giras, y que no se presentó en el salón por respeto hacia sus colegas. . Sólo una pequeña banda proveniente de San Juan, Puerto Rico, se aventuró y triunfó con lujo de detalles. Se hacía llamar Cortijo y su Combo y el éxito despertado por aquel modesto conjunto hizo presagiar nuevos aires en la música que hasta entonces estaba en poder de las grandes bandas.
El Palladium cerró sus puertas al público en mayo de 1966. Hacía cinco años que padecía el acoso de las autoridades y de sus rivales de establecimientos nocturnos. En abril de 1961 hubo una redada policial en busca de narcóticos con veinticinco personas arrestadas, y en septiembre de ese año le retiraron de nuevo la licencia para vender licor por acusaciones de narcotráfico y prostitución. El mundo ya no giraba igual y ya no estaban Tito Puente y Tito Rodríguez para brindarle una nueva oportunidad.
Fuente: Oye cómo va.... El mundo del Jazz Latino (José Arteaga)