El asunto tiene su historia. Un año antes, Soledad asistía a un concierto de Willie Colón y Rubén Blades en Caracas. Quedó tan fascinada con la potencia de la orquesta de Willie que le pidió a César Miguel Rondón que por favor se lo presentara. Ella había culminado ya un ciclo de cuatro años de vivencias en su país natal, después de muerto Franco, y había grabado allí cinco discos muy interesantes (Canciones de la Nueva Trova Cubana 2, Soledad Bravo - Rafael Alberti, Cantos de Venezuela 2, Cantos Sefardíes y Boleros). Según confesó en una conversación que tuvo con María Elisa Espinosa, le entraron ganas de grabar con Willie porque quería bailar mis propias canciones y que la gente las bailara. O, como piensan otros, porque quería montarse (aunque fuese algo tarde) en esa provechosa ola del bembé.
Cuenta Soledad que la conversa con Willie duró algunos minutos, que le entregó un demo con algunas de sus canciones y que, a los pocos meses, casi sin esperárselo, recibió una llamada desde Nueva York con la propuesta firme de hacer algo juntos. Ella reconoce además -en una grabación dada a conocer por Leonardo Padrón durante una entrevista realizada a Colón el año pasado- que sintió miedo por la oferta y que llamó incluso a Celia Cruz para confesar que estaba tiritando ante la inminencia del disco: Celia, yo no sé sonear, yo no sé nada de eso. Y Celia, siempre tan buena madre, le respondería que no se preocupara, porque estaba en las mejores manos del mundo. En una conversación que tuve con Soledad en 1996, me reconoció que este disco fue una especie de prueba: quería demostrarse capaz incluso de adentrarse en el difícil canto caribe. Y total, como la producción ejecutiva estaba a cargo de su marido, Antonio Sánchez, y Willie apreció de inmediato las cualidades vocales de Soledad -tenía además el genio y figura de su hermana Cynthia-, decidió ponerse manos a la obra: si la mujer no sabe sonear, pues la enseñamos a sonear; si la mujer quiere hacer uso del songbook del semidiós brasileño Chico Buarque, pues versionamos al español sus mejores temas, que la clave es similar y los tambores vienen todos de Africa; si Soledad quería incluir un son de su amigo cubano Silvio Rodríguez -casi un anatema en Estados Unidos para ese momento- pues lo grabamos. Y que sea lo que dios quiera.
El disco, registrado en La Tierra Sound Studios de Fania Records en Manhattan, reunió a buena parte de la orquesta regular de Colón para ese momento. Uno revisa la ficha técnica de Caribe y la del disco Fantasmas -de 1981- y encuentra pocas diferencias: una batería de trombones compuesta por Leopoldo Pineda, Lewis Kahn-que también toca el violín-, Luis López y José Rodrigues, el siempre solvente piano del profesor Joe Torres, Salvador Cuevas haciendo un trabajo estupendo en el bajo, José Mangual Jr. en los bongós y la percusión, Johnny Andrews y Jimmy Delgado en los timbales, Paul Kimbarow en la batería, el ensemble de Harold Kohon en las cuerdas y hasta el propio Willie tocando algunos cueros. incluso hay coros femeninos -una manía que se le metió a Colón por esos años- y arreglos bien logrados de Héctor Garrido, Luis Cruz (ex pianista del percusionista Ray Barretto) y Javier Vásquez.
La primera canción, la guaracha Déjala Bailar, tenía la fuerza y la duración exacta para ser un éxito radial de proporciones colosales. Y así fue: todos los vinilos de esa época terminarían semitransparentes de tantas veces que sonó en emisoras y fiestas; esa voz de soprano tan delicada de Soledad, que apenas rasgaba las letras cuando entonaba una canción necesaria, se veía aquí como un tornado en medio del montuno, arrabalera y llena de firmeza. Ese Negro corre incluso con mejor suerte, porque aquí no hay que poner en cintura al tiempo y Kahn se lanza un soberbio solo de violín, mientras los mambos del montuno son acompañados por unos breaks por demás novedosos y efectivos. Vagabundo puede servir como ejemplo para entender que las realidades brasileña y caribeña son calcadas y el barrio es un concepto universal y propio de todo el Nuevo Mundo. Maria Maria una canción del extraordinario Milton Nascimento. Carnaval tiene el arreglo más interesante de todo el álbum, al comenzar casi rockera para luego dar paso a una guaracha refinada en su orquestación y melodía, y la voz de Soledad, tan de mariposa a veces, arranca de pronto una guturalidad insospechada que produce perplejidad. Son Desangrado, de Silvio, es un tema estupendo, con una letra hermosísima, aroma antillano y un arreglo de Luis Cruz que no tendrá jamás fecha de vencimiento.
No está registrado en los créditos originales, pero el cuatro de Yomo Toro suena libre en el montuno y nadie como él puede tocar las cuerdas de esa manera. Aquí Soledad manejó las improvisaciones a su antojo y demostró que sí sabía sonear, que dentro de ella estaba el germen. Cierra el disco Fantasía, hermosísima también, con una letra muy pertinente en estos tiempos huérfanos de esperanza y necesitados de una remejida que pueda contribuir a cambiar las cosas (o aunque sea intentarlo, porque en estos 30 años no es que hayan cambiado demasiado). La canción habla de hacer la revolución, pero solo como a Chico se le podría ocurrir: preparando tintas, adornando plazas y cantando. La voz en segundo plano de Willie, que tenía muchas ganas de darse un poco de espacio en la grabación, acompaña a Soledad en medio de un coro de palmas.
Se hizo referencia al principio del punto de quiebre que significó Caribe para la trayectoria de Soledad Bravo. Así parece. A partir de este álbum su carrera se tornó mucho más comercial; la canción necesaria dejó de ser necesaria, por lo visto. Caribe fue, además, su último gran disco: el siguiente, Mambembe, se sumergió en la misma tónica antillana pero con mucho menos afinque, los sucesivos cayeron en arenas tan diversas como la balada, las rancheras y la novísima nueva trova cubana.